Por María José Vargas
Investigadora Postdoctoral Centro CREAS; Doctora en Microgiología

Si comenzaremos esta columna refiriéndonos al “Monitoreo de hábitos alimenticios mediante biodispositivos inteligentes”, podría parecer el título de un artículo futurista, pero no lo es. Se trata de un título sensacionalista para un relato acerca de sensores microscópicos que cargamos todas las personas en nuestros intestinos. Estos “biodispositivos inteligentes”, no son aparatos tecnológicos de última generación, sino un sistema que, a pesar de tener ¿qué ver? con nosotros, no pareciera ser muy familiar: la microbiota intestinal.

Nuestra microbiota está compuesta por billones de microorganismos que viven en el intestino y que, lejos de ser dañinos, cumplen funciones vitales: ayudan a fermentar los componentes de algunos alimentos, producen vitaminas esenciales, eliminan desechos y mantienen a raya a microorganismos patógenos. Pero, además, tienen una sorprendente capacidad: son capaces de “leer” nuestra dieta.

¿Cómo lo hacen? La microbiota se adapta constantemente al entorno intestinal, y su principal fuente de alimento es, justamente, lo que nosotros comemos, por lo que lo que incluimos en nuestra dieta es más importante de lo que creemos.

Los nutrientes de nuestra comida están compuestos, principalmente, por moléculas como carbohidratos, proteínas, grasas agua. Nuestro sistema digestivo está diseñado para degradar la mayoría de estas moléculas, las cuales son absorbidas y utilizadas metabólicamente. Sin embargo, dentro de estos nutrientes hay un grupo de carbohidratos especiales conocidos como “fibra”, presentes en frutas, verduras, cereales, legumbres y semillas. Nuestro cuerpo no puede digerirlos del todo, pero nuestra microbiota sí, siendo capaz de fermentarlos para obtener su propia energía. Y cuando la alimentamos con ellos, crece en diversidad y cantidad.

Una microbiota diversa es sinónimo de salud. Se asocia a menor estreñimiento, mejor control de glucosa y colesterol, e incluso a una menor incidencia de enfermedades crónicas. Se ha demostrado en diferentes estudios que, si nuestra dieta incluye vegetales ricos en fibra, nuestra microbiota se volverá más diversa y nos privilegiará con los beneficios mencionados anteriormente. Por el contrario, dietas pobres en estos nutrientes —como la conocida “dieta occidental”, alta en alimentos procesados y baja en fibra— reducen su diversidad, afectando negativamente nuestra salud.

En contraste a esto, la “dieta mediterránea”, la cual prioriza el consumo de alimentos frescos, de temporada y cultivados localmente, genera una microbiota intestinal rica en diversas especies de microorganismos.

Entonces, si nuestra dieta afecta tan directamente a la composición de nuestra microbiota, esta se convierte en un verdadero biosensor de nuestros hábitos alimenticios. En otras palabras: si comes variado, tu microbiota también lo será. Y eso es lo que marca la diferencia.

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