Por Macarena Núñez
Jefa de Vinculación y Transferencia de CREAS
Parto esta columna con un poco de pudor, enfatizando que no creo en los gurús de la innovación y el emprendimiento y que muchas veces he cuestionado el uso repetitivo de las palabras “innovación”, “ecosistema” y sus derivados, que suenan más a machaconería o discurso de moda que a procesos transformadores que debiéramos adoptar como sociedad. Pero entonces, ¿a qué se debe que actualmente los expertos recomienden tanto innovar en los procesos empresariales? ¿Y que el discurso de innovación esté presente en todos lados? Obviamente esto ocurre porque innovar es realmente importante, ya que es la única herramienta que permite lograr el crecimiento económico y sostenible de una sociedad en el largo plazo. ¿Lo digo yo? No, lo dice la ciencia, específicamente una rama de la economía llamada economía de la innovación.
Ésta especialidad pone de manifiesto la vinculación existente entre la innovación, la productividad y el emprendimiento, para permitir el crecimiento y desarrollo de una nación, a través de un indicador denominado Productividad Total de los Factores (PTF). La teoría fue acuñada en la década de los ’50 por Robert Solow y Moses Abramowitz, y trata de explicar el aumento del PIB por factores que no son productivos (es decir, ni mano de obra ni capital), si no que tienen que ver con la innovación, tecnología y una serie de otros factores culturales, económicos, sociales y políticos, en donde juega un rol importante la innovación y el emprendimiento. A mayor innovación, más PIB de un país.
Esto fue hace muuuucho (sic) tiempo atrás, ¿cierto? Pues bien, Paul Romer y William Nordhaus ganaron del Premio Nobel de Economía el 2018, por su trabajo en modelos de crecimiento endógeno centrado en cómo las nuevas ideas, nacidas a través de la tecnología, alentadas por las patentes y estimuladas por una competencia saludable, impulsan el crecimiento sostenible de largo plazo.
Con estos antecedentes, no queda otra alternativa más que creer y asumir la importancia de la innovación y el emprendimiento. Bajo mi punto de vista, la única forma de “aprender a innovar” y “aprender a emprender” es intentándolo. Así como muchas cosas en la vida, si no nos “tiramos a la piscina”, no lograremos avanzar. Y aunque mi experiencia en esta materia está fuertemente ligada al rubro agro-alimentario –con emprendimientos fallidos de por medio–, creo que esta premisa aplica para todas las industrias por igual. Si analizamos el panorama actual sobre innovación en alimentos, nuestro país destaca como un gran productor y el primer exportador del mundo de un sinfín de productos alimenticios. En efecto, si hacemos el ejercicio de googlear sobre esto, nos encontraremos con grandes titulares que posicionan a Chile como potencia agroalimentaria.
Pero a pesar de este liderazgo y de entender la importancia de la innovación, ¿Chile está innovando en el rubro? ¿Estamos transformando ideas creativas en algo útil para la sociedad, utilizando los recursos ya existentes?
La mala noticia es que no: nuestro país innova muy poco. Y esto no sólo se ve reflejado en la importancia que le damos sólo a los commodities, sino también al resultado del último Global Innovation Index (2020) que posicionó a Chile en el lugar 54 de la lista de innovación (de un total de 131 países). Lo anterior se suma a que, en materia de PTF, en los últimos 15 años Chile evidencia un crecimiento del 0,1%, debido a bajos índices de innovación, bajo emprendimiento, bajos niveles de I+D, baja participación del sector privado en financiamiento, y bajo número de investigadores por trabajadores.
¿Qué podemos hacer para cambiar este escenario? Ser un país rico en recursos naturales debería ser el motor para producir y exportar productos y servicios sofisticados, industrializados e innovadores. Para impulsar la innovación y el emprendimiento alimentario debemos comprender la importancia de la economía de la innovación y la relación entre ésta y el emprendimiento tecnológico; ser conscientes de que cada uno de nosotros forma parte de un ecosistema de innovación, donde debemos aprender a vincularnos activamente –entre Centros de investigación, Universidades, Instituciones públicas, emprendedores y grandes empresas– para apoyar al mundo emprendedor en materias tan importantes como el acceso a fuentes de financiamientos, subsidios y capacitaciones, para que tomen la mejor decisión para su emprendimiento.
No obstante, ante los bajos índices de innovación a nivel país, hay buenas noticias. Hoy en día un emprendimiento sí puede convertirse en éxito, y para eso es importante vincularse con expertos. En este sentido, el Centro Regional de Estudios en Alimentos Saludables, CREAS, es la entidad clave en prestar servicios y asesorar sobre el desarrollo de productos alimenticios innovadores a empresas del rubro. La oferta tecnológica de CREAS contempla, además del desarrollo de productos alimenticios innovadores, la formulación de proyectos, asesoría en biotecnología alimentaria, evaluación sensorial y análisis de laboratorio especializado, facilitando el espacio físico para el prototipaje de alimentos. Por lo tanto, si eres emprendedor en alimentos, ya sabes a quién recurrir.
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